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Casa de Muñecas – Henrik Ibsen

Ibsen, el padre del teatro contemporáneo de acuerdo a muchos estudiosos, en 1879 se adelantó a sus tiempos y escribió una de las obras dramáticas más polémicas de su época: Nora, una mujer sumisa, hermosa y abnegada, se revela contra la sociedad y decide lo impensado.

No es mi labor arruinar el final de mi libro favorito para los próximos lectores, sino acercarles un clásico e intentar transmitir lo que tanto me encantó de esta brevísima historia de menos de 100 páginas.

Nora y Helmer tenían una vida increíblemente tranquila, burguesa, común y corriente, hasta que ella tuvo la osadía de pensar por sí misma y hacer algo a espaldas de su esposo para salvarle a él mismo la vida: pidió dinero prestado para solventar sus gastos médicos. Korsgtad, quien sirviera de prestamista tiempo atrás, reaparece amenazando a Nora con contarle la verdad a Helmer. Por supuesto, como lectores del siglo XXI pensaríamos que es un absurdo considerar esto como una real amenaza pues, ¿por qué habría de ser tan terrible haber pedido un préstamo considerando los motivos de Nora?, ¿por qué Helmer habría de enojarse tanto con su esposa? He aquí la respuesta: Nora se sentía incapaz de hacer algo por sí misma, su dependencia y alienación le permitían a Helmer inclusive prohibirle comer almendras o golosinas porque para él, ella no era una persona, sino una simple mujer que debía ser controlada por su volatilidad, protegida contra los peligros del mundo, cuidada debido a su inmensa fragilidad, admirada por su belleza, elogiada por su rol de madre, deseada por su sensualidad, pero jamás, respetada.

Helmer encarna al hombre machista que existe hasta el día de hoy. Nora encarna a la mujer que decide dedicarse a ser mujer antes que madre, esposa y ama de casa.

Ambos encarnan la lucha que tan vigente está hoy en día.

Nora, en un arrebato de lucidez mental, teniendo la epifanía que muchas mujeres feministas tuvieron, tienen y tendrán, declara: “Hay otra (cosa) que debo atender, y quiero pensar, ante todo, en educarme a mí misma. Tú no eres hombre capaz de facilitarme este trabajo, y necesito emprenderlo yo sola (…).”, dejando en claro que no está dispuesta a seguir siendo una muñeca grande al servicio de la entretención de su esposo.

“Casa de muñecas”, sin intención de serlo, se convirtió en mi bandera de lucha personal, en mi motivación para seguir adelante en un mundo que muchas veces nos resulta adverso como mujeres, en mi pequeña fuente de inspiración cuando siento vencidas mis fuerzas para luchar por mí misma y no por los roles que suelen querer imponerse.

Sin lugar a dudas, un pequeño libro que esconde un inmenso mensaje que debiese ser leído por todas las generaciones… Y es que, después de todo, un clásico es un clásico por eso: porque siempre estará vigente y, en nuestro continente, en estos años, en esta sociedad, Nora es y seguirá siendo todo un ejemplo.

Eileen Soto